Vilipendiada y odiada por muchos, considerada maquiavélica por algunos y justificada por otros, los historiadores no acaban de ponerse de acuerdo sobre este personaje. En lo que todos parecen coincidir es en considerar que, como reina, fue una de las figuras más destacadas de Francia.
Nació en Florencia en 1519, el día 13 del mes de abril, en el seno de la familia más importante de la ciudad. Su padre era Lorenzo II de Medici, convertido en duque de Urbino por obra y gracia de su tío el papa León X. Su madre, Magdalena de la Tour de Auvernia condesa de Boulogne, pertenecía a una de las familias más ilustres de la nobleza de Francia.
Ignoramos si su nacimiento supuso una alegría pero lo que si sabemos es que llegó acompañada de la desgracia para su familia. Su madre moriría de fiebres puerperales a los pocos días de su nacimiento y su padre murió de sífilis veinte días después.
Catalina pasó de la tutela de su abuela, que murió apenas un año más tarde, a la de su tío, el papa León X, que también murió y después a la de otro de sus parientes Medici, el papa Clemente VII quien, por diversas razones, la fue recluyendo en distintos conventos en uno de los cuales, el de la Santissima Annunziata delle Murate, pasó tres años que, según el historiador Mark Strage, fueron los más felices de su vida.
Catalina no era ni esbelta ni bella a tenor de las descripciones que de ella tenemos: bajita, de rasgos duros y ojos saltones lo cual, en aquella época y siempre que la joven fuera de noble cuna, no era impedimento para tener varios pretendientes. De entre todos ellos el papa Clemente VII - que era el que mandaba en estas cuestiones - eligió al duque de Orleans, Enrique, segundo de los hijos del rey de Francia.
Apenas tenía catorce años de edad cuando en 1533 se celebraron los esponsales. A ella le gustó Enrique pero parece ser que a Enrique no le gustó ella. El joven príncipe estaba platónicamente enamorado de una dama veinte años mayor que él: Diana de Poitiers y el acercamiento a su esposa no le satisfacía en absoluto.
Boda de Catalina de Medici con Enrique II (Jacopo Chimenti Empoli, Galería Uffizi, Florencia)
Tres años habían pasado desde su matrimonio cuando el hermano mayor de Enrique falleció al tomar agua fría tras jugar un partido de tenis, convirtiéndose Catalina, de ese modo, en la heredera consorte al Reino de Francia. A partir de ese momento que la pareja engendrara un hijo se convirtió en una cuestión de Estado.
Catalina, gran aficionada a la magia blanca, a los adivinadores y a los magos probó todos los remedios y sortilegios que los charlatanes de turno le aconsejaban, por muy asquerosos que estos fueran, pero los hijos no llegaban. Su posición en la corte se tambaleaba, todos aconsejaban al delfín que la repudiara ya que la infertilidad se le atribuía a ella puesto que el príncipe tenía ya una hija ilegítima.
Pasaban los años, Enrique se exhibía junto a Diana de Poitiers sin ningún disimulo y Catalina se desesperaba. Por fin, a los diez años de matrimonio quedó embarazada de su primer hijo. Parece que esta circunstancia se produjo gracias al médico Jean François Fernel, que encontró la causa de la infertilidad y le halló remedio, aunque la mayor parte de la gente atribuyó el embarazo a los conjuros de Nostradamus.
Deseosa Catalina de asegurase mediante su descendencia el lugar que legítimamente le correspondía, llegó a tener hasta diez hijos aunque tan solo seis llegaron a la edad adulta.
Cuando Enrique se convirtió en rey, tras la muerte de su padre, no permitió que Catalina tuviera ninguna actividad política pero ella, que era una mujer prudente y sabía obrar con disimulo, consiguió tener una gran influencia en las costumbres y usos de la Corte y conocer a fondo a los nobles que la integraban. Era culta y una gran amante de las artes y como tal se convirtió en una de las grandes mecenas del siglo XVI. Le gustaba rodearse de pintores, músicos, literatos, orfebres y arquitectos. Era refinada en sus gustos; introdujo el tenedor como instrumento en la mesa con lo que se dejó atrás la costumbre de comer con los dedos y además en sus ágapes hacía que la mesa se cubriera con una lienzo blanco.
Enrique II
Corría el mes de abril del año 1559, Catalina y Enrique celebraban la boda de su hija, Isabel de Valois, con Felipe II de España. Durante los festejos Enrique participó en una justa con tan mala fortuna que una lanza le penetró por el ojo dañando también el cerebro. Murió veinte días después dejando a Catalina viuda.
El hijo primogénito fue entronizado como Francisco II y lo primero que hizo Catalina como reina madre fue sacar a Diana de Poitiers de la Corte, obligándola a devolver el castillo de Chenonceau y todas las joyas que Enrique le había regalado. Creo que es fácil imaginar la satisfacción que sentiría Catalina tras tantos años de ninguneo y ofensa.
Pero no empezaba con ello un periodo de tranquilidad para Catalina cuyo hijo, enfermizo y con apenas 15 años, tenía difícil, como rey, dar soluciones al ambiente de intolerancia religiosa desatado en Francia y que amenazaba con volverse cada vez más violento. Fue entonces cuando empezaron a asomar las dotes políticas de Catalina que intentó y consiguió, al menos momentáneamente, apaciguar los ánimos.
Pero el destino no le era favorable y Francisco II moría apenas un año y medio después de haber subido al trono. El segundo en la linea de sucesión tenía 9 años y subió al trono como Carlos IX, tan niño era que todavía solicitaba de su madre que durmiera con él. Catalina fue nombrada regente y demuestra durante este periodo su capacidad como gobernante.
Las tensiones entre católicos y hugonotes eran cada vez mayores a pesar de los intentos pacificadores de Catalina que llega, mediante el Edicto de la Tolerancia a proclamar la libertad de culto con el fin de apaciguar los enfrentamientos porque consideraba que las llamadas “ Guerras de Religión” en Francia debilitaban el poder de la monarquía.
No sirvió de nada. En agosto de 1572 y tras intrigas, acercamientos y luchas de ambos bandos se produjo la más sangrienta de las situaciones en lo que la historia ha conocido como "la matanza de San Bartolome". La sangre de miles de hugonotes fue derramada por los católicos y con esta sangre se escribió gran parte de la leyenda negra que acompañaría a Catalina a lo largo de la Historia.
Retrato de Catalina de Medici (François Coulet, c. 1580. Museo de Art Walters, Maryland, Estados Unidos)
Vio morir a Carlos IX y subir al trono a su hijo Enrique III el único de sus hijos que se coronaba siendo un adulto y que estaba dispuesto a gobernar solo y sin la influencia materna. Fueron años convulsos, las diferencias religiosas y las luchas por el poder eran cada vez más encarnizadas.
Quienes no apreciaban a Catalina, que eran muchos, la llamaban " la reina negra" y no solo porque le gustara vestir ese color desde que quedara viuda sino porque se le atribuían prácticas de magia y se la consideraba instigadora y responsable de muchas de las guerras civiles desencadenadas por su desmedida ansia de poder. Para muchos, Catalina era una madre posesiva, una envenenadora, una mujer diabólica e intrigante y esa imagen de ella ha traspasado los siglos.
Hoy, algunos historiadores consideran que hubo y ha habido mucho de leyenda negra y que en el fondo lo que Catalina buscaba era la paz, porque esa era la manera de asegurar que los Valois permanecieran en el trono. Luchaba por su familia de la única forma que sabia hacerlo, su ambición era perpetuar la dinastía. Se equivocó en muchas ocasiones para conseguir esa paz y la seguridad de los suyos, pero atribuirle toda la responsabilidad de las luchas religiosas y de la división del país es, seguramente, injusto.
No podemos olvidar que fomentó, siguiendo la tarea emprendida por su suegro, el Renacimiento francés; que intervino en la remodelación del Palacio de Fontainebleau y en la construcción del Palacio de las Tullerias, que trajo a Francia las ideas humanistas italianas, la cultura y sobre todo las artes.
Catalina, que había emprendido una gira por Francia con el fin de intentar, hablando con unos y con otros, apaciguar los ánimos empezó a sentirse enferma varios meses antes de su muerte que se produjo en Blois en enero de 1589 como consecuencia de una pleuresía.
Fue enterrada en Blois. Años más tarde su cadáver fue trasladado a la Basílica de Saint-Denis en Paris y por último en 1789 sus restos fueron arrojados por las turbas revolucionarias a una fosa común de reyes.