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miércoles, 3 de diciembre de 2025

María Aleksándrovna de Rusia, Duquesa de Edimburgo y de Sajonia-Coburgo-Gotha

 





La vida de María Aleksándrovna de Rusia es un claro ejemplo de que nacer en la opulencia no predispone ni a la felicidad ni a la placidez. El periplo vital de María fue azaroso y salpicado de tragedias.


Nació el 17 de octubre de 1853 en el Palacio de Tsarskoye Selo, era la sexta hija de la princesa María de Hesse-Darmstadt y del zar Alejandro II y la única niña puesto que todos sus hermanos mayores supervivientes eran varones. De modo que los primeros años de su vida los paso entre mimos y lujos de todo tipo entre los que se encontraba los juegos que junto a sus hermanos podían realizar en el Palacio de Alejandro, situado en los jardines de Tsarskoye Selo y lleno de juguetes y atracciones para disfrute de los hijos del zar.


A pesar de todo lo que pudiera significar ser la niña mimada de la casa, especialmente de su padre, la educación de María fue estricta. Era apenas una niña cuando ya hablaba además del ruso tres idiomas: francés, inglés y alemán.


María con su padre y hermanos


María era la única hija viva del zar Alejandro II y por tanto, en el momento alcanzó la más tierna juventud, se convirtió en una codiciada candidata a convertirse en la esposa de algunos de los príncipes europeos que todavía estaban solteros. Era culta, de carácter voluble y, a decir de quienes la conocían, arrogante, orgullosa de ser una Romanov y presumida en exceso aunque ninguna de estas características desanimaba a sus posibles pretendientes cuyo acercamiento a Rusia, por vía del matrimonio, casi siempre era considerado conveniente.


En unas vacaciones pasadas con la familia de su madre en Alemania conoció al príncipe  Alfredo, duque de Edimburgo e hijo de la Reina Victoria I del Reino unido  y del príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha. Se ha dicho que hubo un flechazo mutuo al conocerse y que tal vez éste se vio acrecentado por el hecho de que ni la reina Victoria deseaba emparentar con los Romanov ni Alejandro II veía con buenos ojos que su “niña” casara con un inglés.


Alfredo, duque de Edimburgo


La boda de la gran duquesa María Aleksándrovna y Alfredo, se produjo en en enero de 1874 en el Palacio de Invierno de San Petersburgo y como era de  esperar estuvo marcada por el exceso de lujo, de  pompa y del boato propios de la corte rusa. Aquella boda dio origen a una galleta que se hizo famosa entonces y cuya fama, traspasando el tiempo, ha llegado hasta nuestros días: " la galleta María". Fue creada por un pastelero de una empresa inglesa de dulces para conmemorar el enlace y su consumo se extendió por gran parte del mundo.


Como era lógico los recién casados fijaron su residencia en Londres, concretamente en Clarence House. María, no era guapa, tenía una cara muy redonda y estaba algo entrada en carnes cosa que estaba fuera de los cánones de belleza de la época pero su porte era imponente y procuraba adornarse con las costosas joyas que poseía, claro ejemplo de su prepotencia. Eso si, su dote era tan cuantiosa que había dejado sin palabras a los ingleses.


María no se adaptó a la vida en Londres ni a su familia política. Los primeros desencuentros vendrían dados por el titulo con el que era denominada. Consideraba María que debía ser "Alteza Imperial"  ya que por nacimiento era el que le correspondía y no el de "Alteza Real" que, como esposa de Alfredo, le habían dado en el Reino Unido. Otra cosa que tampoco soportaba la altiva María era tener que cederle el paso a la princesa de Galés que, al fin y al cabo había nacido como princesa danesa, mientras que ella era hija, nada menos, que del emperador de Rusia. No soportaba el clima londinense ni  los horarios a los que se la sometía ni las actividades de la familia  en Balmoral ni en ningún otro lugar.




Pese a todo ello las relaciones con Alfredo debían ser buenas a juzgar por los hijos que tuvieron. El primero de ellos fue un varón, Alfredo Alejandro, que nació 10 meses después de su boda y que con el tiempo  produciría un hondo dolor a sus padres. Después llegaron cuatro niñas. La tercera de ellas nació en Malta, donde su padre, Almirante de la Marina Real Británica, estaba destinado. María, bien por amor, bien por apartarse de su familia política acostumbraba a acompañar a su marido en sus destinos y el de Malta fue el más duradero.


El asesinato en 1881 de su padre, Alejandro II,  en Moscú supuso un duro golpe para María que estaba muy unida a él. Esta fue la primera de las tragedias que se producirían en su vida.


Las piruetas del destino hicieron que la corona del Ducado de Sajonia-Coburgo-Gotha le correspondiera a Alfredo cuando en 1893 se produjo la muerte de de su tío paterno, el gran duque Ernesto II, que había muerto sin descendencia. Como el Príncipe de Gales no podía ostentar esa corona  al ser el heredero del trono del Reino Unido fue en Alfredo en quien recayó el Ducado. Lógicamente aceptó la herencia y el hecho hizo feliz a María por partida doble. Por un lado abandonaba Londres, lugar que odiaba profundamente, y por otro se sentía soberana de un territorio alemán y eso colmaba en parte sus aspiraciones. Se establecieron en el castillo de Rosenau y ambos iniciaron una activa vida diplomática, social y cultural en su nuevo país.



Esos primeros años en Coburgo fueron felices, además María, que ambicionaba casar a sus hijas con reyes o príncipes, estaba logrando sus objetivos.


El Ducado de Sajonia-Coburgo-Gotha bullía con todos los festejos con los que se celebraban las bodas de plata del Duque y de su esposa. El 23 de Enero de 1899, el  gran baile de gala, que ponía el broche final a la conmemoración, se celebraba en el Palacio de Friedenstein en Gotha. Lo presidían Alfredo y María.


Mientras sonaba la música y los invitados danzaban  en el impresionante salón, en el piso superior los lacayos descubrían el cuerpo ensangrentado de Alfredo Alejandro, el único hijo varón de los duques, que en un intento de suicidio se había disparado un tiro en la cabeza.


Con la mayor de las discreciones se dio aviso a los duques y estos decidieron que  lo que había sucedido no podía en modo alguno ser conocido. El joven paso tres días debatiéndose entre la vida y la muerte en el Palacio de de Friedenstein y después sus padres decidieron trasladarlo a un sanatorio de Merano en el Tirol. Allí falleció el 6 de febrero con tan solo 24 años de edad. The Times llegó a decir que había muerto por un tumor cerebral aunque la idea de que se había suicidado no tardó en abrirse paso.


Alfredo Alejandro


El nuevo siglo empezó para María tan mal como había terminado el anterior. El gran duque, Alfredo, moría víctima de un cáncer en 1900. Como en el momento de su muerte no tenía heredero varón la corona del Gran Ducado recayó en otro miembro de la realeza británica. 


María, ya viuda siguió viviendo en Coburgo aunque viajaba para visitar a sus familiares con regularidad. Gozaba de una economía saneada gracias a los activos que poseía en Rusia. 


En 1905 sufrió otra de las tragedias que marcaron los últimos años de su vida. Su hermano Sergio moría víctima de un atentado terrorista. 


Cuando dio inicio la Primera Guerra Mundial María trasladó su residencia a Suiza. Su posición era difícil, había nacido en Rusia y toda su familia residía en ese país. Había sido gran duquesa de un pequeño ducado alemán y era la viuda de un príncipe del Reino Unido. La guerra le dolía, el conflicto bélico se desarrollaba entre los que habían sido los pilares de su vida.


Poco tardaron las dificultades económicas  en aparecer. Con la llegada de la revolución bolchevique perdió todos sus ingresos  y  las dificultades se convertirían en penurias. Instalada en un hotel de Zurich y ante la falta de liquidez para sobrevivir  fue malvendiendo poco a poco todas sus joyas. Gran parte de ellas fueron adquiridas por sus familiares del Reino Unido. Muchas de las alhajas que lucen  las damas en Buckingham vienen de la perdida fortuna de los Romanov. Ironías del destino.


La precariedad no seria lo peor, la revolución traería a la otrora  “duquesa imperial“ un dolor tras otro. Llegó la noticia del asesinato su sobrino el zar Nicolas II, de su esposa y de todos sus hijos…y después, según cuenta Simon Sebag Montefiore, el Comité Ejecutivo Central ordenó el asesinato de los todos los Románov dispersos por el territorio ruso. María fue enterándose de como eran asesinados uno tras otro sus parientes; su hermano Pablo, su cuñada Isabel, sobrinos, primos… más de 20 miembros de los Romanov fueron asesinados en esos primeros años de la revolución.



Su salud se empezó a deteriorar, las pocas veces que era vista aparecía mucho mas delgada y temblorosa. Finalmente pocos días después de su 67 cumpleaños moría por un infarto de miocardio en Zurich. Era el 20 de octubre de 1920.


Orgullosa, arrogante, prepotente a decir de quienes la conocían, parecía que cuando llegó a este mundo su destino estaba escrito sobre las hojas de la buena vida y de la felicidad. A pesar de ello y súbitamente un terrible viento de destrucción barrió el continente y la dejo envuelta en el frío de la soledad.


Sus restos mortales descansan junto a los de su esposo y su hijo en el Mausoleo Ducal del cementerio de Coburgo.

viernes, 31 de octubre de 2025

Alejandro II de Rusia

 



El que se convertiría un día en zar de Rusia y llegaría a ser el responsable de las grandes reformas liberales en su país, nació en San Petersburgo el 29 de Abril de 1818, estando el imperio en manos de su tío, el zar Alejandro I.

El neonato era el hijo primogénito  del Gran Duque Nicolas y de Carlota de Prusia y desde el mismo momento de su llegada al mundo se convertiría en el tercero en la linea de sucesión del Imperio ruso.


En la educación del pequeño Alejandro  Romanov se siguieron todas las tradiciones rusas en la materia y durante los seis primeros años de su vida estuvo arropado bajo la tutela de su madre y de las niñeras elegidas para ello. No obstante al llegar a los seis años se le desposeyó de todos  los mimos y se eligió para ser su maestro a un veterano oficial, el general Karl Mérder. 


De aquellos  años de su educación se dijo de todo; algunos afirmaban que le gustaban los ejercicios, las maniobras militares y los desfiles. Otros, por el contrario, aseguraban que su carácter era débil, sentimental y con tendencia a la melancolía.


Sobre Alejandro ejercía una gran influencia el poeta del romanticismo, Vasili Zhukovski,  que fue su profesor y que compuso un plan de estudios para el joven que duraría más de una década. Zhukovski, llegó a decir que "su Majestad no tiene que ser científico sino ilustrado", lo cual nos da una idea de la educación que pretendió dar a su pupilo.


Vasili Zhukovski 


Lo que si parece cierto es que a lo largo de su vida demostraría poseer una característica que, hasta ese momento, no se había apreciado en ninguno de los Romanov que le precedieron: La empatía. Algunos historiadores afirman que esas condiciones de sensibilidad y compasión ante el sufrimiento ajeno se debían a la influencia de Zhukovski.


La verdad es que su educación fue esmerada, le dieron clase los mejores científicos y los hombres más brillantes del Estado. Como consecuencia de ello hablaba cinco idiomas,y tenía grandes conocimientos de historia, filosofía, geografía, matemáticas, lógica etc.


Siguiendo las tradiciones de los varones Romanov al llegar a la edad adulta comenzó  su particular periplo viajero. Lo primero era conocer el Imperio que un día podría llegar a gobernar y durante tres meses viajó por Rusia  dándose a conocer y conociendo a  las gentes que, tal vez, llegarían a ser sus súbditos.


 En la segunda parte del viaje el recorrido era por el extranjero. Una vuelta por los países europeos con una finalidad educativa y sobre todo matrimonial.


Durante el viaje por Prusia conoció a María, princesa de Hesse-Darmstadt,y se enamoró perdidamente de ella. La elegida no era del agrado de su madre, que la consideraba de una alcurnia inferior para un Romanov, y que se opuso frontalmente al matrimonio. A pesar de ello la boda se celebró y la princesa adoptó el nombre de María Alexándrovna, como manda la tradición.


María Aleksándrovna 



Mientras todo esto sucedía en su vida, los fallecimientos en la dinastía Romanov se estaban encargando de tejer su destino, un destino que, según parece, él nunca ambicionó.


En 1825 falleció su tío, Alejandro I, sin descendencia legitima por lo que su padre Nicolás ascendió al trono. En aquel momento cabe suponer que el pequeño Alejandro de apenas 7 años apenas notó nada pero lo cierto es que tal vez por ello su educación se convirtió en una cuestión de Estado y fue sumamente completa.


 En 1855, a la muerte de su padre, Alejandro asumió el trono  y fue coronado Emperador de Rusia, Rey de Polonia y Gran Duque de Finlandia con el nombre de Alejandro II. Tenía 37 años de edad. 


Su padre, además del trono, le había dejado como regalo póstumo la Guerra de Crimea. Alejandro se dio cuenta que Rusia no podía resistir los ataques de sus poderosos enemigos: el imperio otomano, Francia, Inglaterra, Austria y algunos más formaban el frente opuesto por lo que, dándose cuenta que vencer era imposible, ordenó firmar la Paz de París. Con este acto Rusia perdía algunos de sus territorios  y además aceptaba la  prohibición de  tener buques de guerra en el mar Negro.



 Alejandro asumió un Imperio en crisis que hacía aguas por todos sus lados; el descontento entre los campesinos era total, la economía estaba en declive, la perdida de los territorios tras la firma de la Paz de Paris había dejado al ejercito ruso con un sentimiento de humillación y agotamiento. La cosa, no se presentaba fácil para el nuevo zar.


Hasta entonces los zares que habían gobernado Rusia tenían un espíritu autocrático. Su propio padre, Nicolás I, había sido uno de los emperadores más severo y conservador de la Historia de Rusia. Por el contrario Alejandro, inteligente y con una mente abierta y clara había aprovechado bien su periplo por el extranjero; además de una esposa trajo consigo el aprendizaje de los sistemas de gobierno europeos.


Inició las reformas más trascendentales de la historia rusa pero, como todas las reformas, tardaron en implementarse más de lo deseado por el propio zar. Se pudo ver pronto que los cambios en la legislación de la industria y el comercio tropezaban con la existencia de la servidumbre de la gleba, que no dejaba de ser una forma de esclavitud. En 1861 el zar Alejandro II abolió la servidumbre.


Poco a poco el zar fue introduciendo las reformas que pretendían llevar a Rusia hacia la modernización; introdujo un sistema de autogobierno local, reorganizó  el ejercito, desarrolló una nueva organización de la administración pública con un nuevo código penal y con una mayor simplificación de los procedimientos tanto del civil como del penal; perfeccionó el sistema de educación universitaria, relajó la censura y otras muchas reformas salieron de su mente y de su pluma.


Mientras Alejandro llevaba a cabo los cambios legislativos e intentaba poner en orden su inmenso imperio su esposa María Aleksándrovna - a decir de la corte rusa demasiado tímida, demasiado sencilla, con poca conversación y ningún encanto - se dedicaba a parir hijos. La pareja tuvo nada menos que ocho y, claro está, con tanto embarazo y con una salud delicada sus apariciones en la corte eran más bien escasas.


Alejandro, que tenía  debilidad por las mujeres, busco amantes que complacieran,  durante los embarazos de su esposa, sus deseos carnales. Acabo enamorándose de una de  ellas, la princesa Catalina Dolgorúkov con la que, con esa facilidad procreativa que poseía, acabo teniendo cuatro hijos.



El gobierno ruso tardaba en adaptarse a las nuevas reformas y la sociedad se impacientaba. Empezaron a aparecer grupos radicales que, fuertemente influidos por las ideas del filósofo alemán Karl Marx, exigían mayores derechos civiles y una mayor democracia. Se iniciaron las protestas, las revueltas e incluso los actos terroristas.


A los largo de su reinado Alejandro sufrió varios atentados y un gran dolor. La muerte de su primogénito el zarévich Nicolai  cuando apenas contaba  21 años de edad fue algo difícil de superar para el zar.


Un año después de esta desgracia que lo dejó sumido en la tristeza sufrió el primer atentado del que salió ileso. En la década de 1870 los atentados terroristas se sucedieron en Rusia: contra altos funcionarios, contra representantes del Estado, contra policías y como no contra el mismo zar que sufrió cuatro de ellos aunque de todos salió ileso.




La suerte que había tenido hasta entonces le fue esquiva en la mañana del 13 de marzo de 1881. Ese día Alejandro II viajaba en un coche descubierto por las calles de San Petersburgo, iba escoltado por un pequeño grupo de soldados. El recorrido, por repetitivo, era conocido. Como siempre grupos de personas se agolpaban en las aceras. De pronto una detonación detuvo a la comitiva, una bomba había sido lanzada  explosionando dentro del carruaje  matando a varios miembros de su escolta e hiriendo al zar. El terrorista fue capturado inmediatamente, pero cuando los policías y el resto de su escolta intentaban llevar a Alejandro a un lugar seguro un segundo terrorista le lanzó para bomba a los pies.



El emperador sangrando copiosamente, con ambas piernas destrozadas y moribundo  fue trasladado a toda velocidad y  en trineo al Palacio de Invierno. Su médico el Dr. S.P. Boykin aseguró que  le quedaba poco tiempo de vida. La familia entera acudió para darle su último adiós. Falleció a las 3:30 horas de ese mismo día.


Dos años después de estos hechos su hijo, Alejandro III, ordenó construir una iglesia en el mismo lugar del atentado que costó la vida a su padre. Se la conoce como  La Iglesia del Salvador sobre la sangre derramada. En el interior de  la misma pueden verse piedras manchadas con la sangre del zar.



La lucha de Alejandro II por hacer de Rusia un estado moderno y  liberal quedo, tal vez, ahogado en su propia sangre. Al asesinato del zar le siguió un periodo de censura y de  represión sangrienta y caótica. Cientos de presuntos revolucionarios fueron detenidos y ejecutados. La autocracia se instaló de nuevo en el espíritu de la monarquía zarista.


Probablemente la empatía que impregnaba la mente de Alejandro II fue una  de las razones por las que deseó  cambiar el sistema político de su imperio y tratar de  conseguir con ello un mayor bienestar para sus gentes. Su asesinato significó un cambio radical en la política rusa y en definitiva el fracaso de sus intentos de modernización de un imperio tan vasto como complejo.

sábado, 6 de septiembre de 2025

Urraca I de León

 





En la España medieval que una mujer pudiera ejercer el poder, no como regente, sino como soberana de pleno derecho era algo que nunca se había producido. Urraca fue la primera en enfrentarse a todos para defender una corona que era suya y tal vez por ello se la llamó  "La Temeraria".


Urraca nació en 1081 hija del  segundo matrimonio legitimo de Alfonso VI de León y  de Constanza de Borgoña y, aunque nacieron seis hijos más de este matrimonio tan sólo Urraca llegó a la edad adulta. 


El rey Alfonso no había tenido hijos de su anterior matrimonio pero si de la relación habida con la "noble" concubina ( según el obispo Pelayo de Oviedo) Jimena Muñoz. De ella tuvo dos hijas : Elvira Alfonsez y Teresa Alfonsez.


No cejaba Alfonso en el intento de tener un hijo varón al que dejar su Reino. Constanza había muerto y tras su muerte apareció  Zaida, una princesa musulmana a la que Alfonso VI se unió, no está claro si como concubina o como esposa, una vez ésta se hubo convertido al catolicismo y adoptado el nombre de Isabel. Concubina o esposa los cierto es que le dio el tan ansiado varón, un hijo que  vio la luz en 1093 y al que se impuso de nombre Sancho.




Hasta que se produjo el nacimiento de su hermano, Urraca, que pasó sus primeros años en Monzón de Campos, población de Palencia, bajo la tutela de su ayo Pero Ansúrez  estaba siendo educada como correspondía a la heredera al trono de León. Además de otras disciplinas, la caza y la equitación formaban parte de su programa educativo y probablemente recibió también instrucción militar. Su educación se sabe que fue muy completa por las cartas de agradecimiento que, pasado el tiempo, ella escribió a sus maestros.


1093 fue un año crucial en la vida de Urraca. Ese año murió su madre, nació su hermano Sancho - cuyo mero nacimiento la despojaba de ser la heredera al trono de su padre -  y se producía su matrimonio con Raimundo de Borgoña. En el transcurso de un año y con tan solo 12 años de edad Urraca había pasado de hija a huérfana de madre, de heredera de un Reino a simple condesa consorte y de niña  a esposa de un hombre muchos años mayor que ella.


Alfonso VI había dividido Galicia en dos condados, uno , el del norte, sería otorgado a Urraca y su esposo, Raimundo,  sería el encargado de su gobierno con el titulo de Conde de Galicia.  El otro, el condado Portucalense, que comprendía las tierras entre el río Miño y el Duero le fue otorgado a su hija Teresa Alfonsez como dote, tras el matrimonio de ésta con Enrique de Borgoña. Con el tiempo este condado se constituiría en el Reino independiente de Portugal.


Raimundo de Borgoña


Urraca cumpliendo con el papel que aquella sociedad medieval le tenía encomendado se convirtió pronto en madre. Del matrimonio nacieron dos hijos: Sancha y Alfonso quienes, como era costumbre en la corte, fueron educados en el seno de familias nobles y bajo la protección de los ayos elegidos por sus padres. 


En 1107 fallece, víctima de una enfermedad, Raimundo de Borgoña y la condición de viuda de Urraca haría cambiar su estatus y aumentar sus responsabilidades, situación ésta que Urraca aceptó de sumo grado pero - en el medievo siempre había un "pero" para la mujer - en caso de que Urraca volviera a casarse  el gobierno de Galicia  pasaría a manos de su hijo Alfonso Raimundez. De este modo esperaban los nobles gallegos garantizar la estabilidad de Galicia.


Un año después su hermano Sancho cae muerto en la batalla de Uclés, en lucha contra los almorávides, quedando roto en aquel momento el sueño de su padre de traspasar su reino a un hijo varón. Así pues la vida de Urraca volvía a cambiar y se convertía de nuevo en la heredera al reino de León. Así lo reconocía  Alfonso VI  poco antes de morir en julio de 1109. A pesar de nombrarla heredera, el rey  consideró que era imprescindible para el buen gobierno del Reino que su hija se casara y había empezado  a buscar un candidato conveniente, la muerte le sobrevino antes de acordar el matrimonio de Urraca.


El primer acto de Urraca como reina de León fue presidir  el sepelio de su padre. Tenia 28 años y sabía perfectamente que el reto que tenía por delante sería difícil pero estaba dispuesta asumir sus responsabilidades. Habían pasado dos años desde la muerte de Raimundo y Urraca, que no dejaba de ser una mujer joven, se hallaba interesada en el conde Gomez Gonzalez y él en ella pero, el interés de la reina no era algo a tener en cuenta  por la nobleza y por ello y para consolidar la corona y evitar luchas con los nobles aceptó desposarse con el candidato que la mayoría de ellos le había propuesto y que también había sido, a decir de todos, el preferido por su padre. 




El elegido era  Alfonso I "el Batallador", rey de Aragón y Navarra y así se lo hicieron saber. Este matrimonio no gustaba a Urraca ni tampoco la Santa Sede vio con buenos ojos el enlace pues el Papa consideraba que los contrayentes eran parientes  en grado directo, y en varias ocasiones con amenazó con disolver el matrimonio.


 A pesar de todo, los esponsales se celebraron en diciembre de ese mismo año de 1109. En ellos quedaba estipulado que si nacía un hijo del matrimonio el cónyuge superviviente  heredaría el conjunto de los bienes de ambos y después la herencia pasaría al hijo de los dos. Si no hubiere hijos, Alfonso Raimundez, el hijo de Urraca y Raimundo, seria el heredero. En las capitulaciones matrimoniales había también una "declaración mutua de garantías" y se estipulaba en ellas que ambos cónyuges debían honrarse mutuamente y se acordaba expresamente que si una de las partes abandonaba al otro, el infractor perdería el derecho a la lealtad de sus súbditos. De esta forma, Alfonso I debía honrar a la reina, y juraba que no la abandonaría ni por excomunión, ni por motivo de consanguinidad ( Alfonso y Urraca tenían un bisabuelo común). Probablemente esta disposición intentaba contrarrestar las amenazas papales de disolver el matrimonio.


A pesar de todo los dicho en las capitulaciones, el matrimonio fue un completo fracaso. Urraca se había visto obligada a contraer nupcias con el rey de Aragón, y del mismo modo el rey de Aragón había aceptado la boda por razones políticas. El amor, pues, brillaba por su ausencia, aunque no era eso lo peor. Alfonso de Aragón era un hombre violento, no exento de misoginia que llegaba incluso al maltrato físico. Según testimonio de “La Historia Compostelana”, Urraca acusó a su esposo de sentir odio hacia la persona del pequeño Alfonso Raimundez. Argumentó  la reina el terrible  miedo que ella tenía  a que, llevado por ese odio y el pensamiento de que en ausencia del niño él podría apoderarse del Reino de León, Alfonso I pudiera perpetrar el asesinato del pequeño.


Alfonso I "el Batallador"


La ruptura llegó pronto, en verano de 1110, fue la reina Dª Urraca la que decidió regresar a sus dominios de León y poner fin, de hecho, a la unión matrimonial. La "Historia Compostelana" nos dice que la decisión de la ruptura fue firme y fue Urraca quién la propició. 


Se apresuró Dª Urraca a recabar apoyos  de los nobles de León, de Castilla, de la Rioja, de Extremadura y de Galicia, y una de las medidas que tomó, dando muestras con ello de una gran astucia y diplomacia, fue asociar a su hijo Alfonso Raimundez  - que pasaría a ser Alfonso VII - al trono. De ese modo quedaba asegurada la sucesión y se aseguraba el apoyo de la nobleza durante el tiempo que durara su reinado. 


Alfonso "el Batallador" no estaba dispuesto a poner fácil las cosas ni a perder el Reino de León que pretendía llegara a ser suyo. Consiguió encarcelar a Urraca en la fortaleza de Castellar y lanzar a su ejercito contra todos los que habían apoyado a la reina. El conde Gomez Gonzalez junto con el conde Pedro Gonzalez de Lara lograron liberar a Urraca de su encierro. Los enfrentamientos bélicos  tardarían años en finalizar, y en uno de ellos moriría el conde Gomez Gonzalez.  


El matrimonio fue anulado por decisión Papal argumentando consanguinidad de los cónyuges.


No terminaron aquí los problemas para Dª Urraca y uno de los principales se lo planteó su hermana Teresa quien no contenta con lograr la independencia del condado Portucalense pretendía ampliar sus dominios adentrándose en tierras leonesas.


Urraca, tras la experiencia vivida,evitó casarse para no volver a pasar por situaciones similares a las que había tenido que hacer frente, aunque no por ello renunció al amor y, dado que poseía un espíritu muy liberal, mantuvo relaciones con distintos hombres. El conde Gomez Gonzalez fue, según parece, uno de sus primeros amantes  y padre de uno de sus hijos y a su muerte, en lucha contra el Batallador, fue sustituido en el corazón y en el lecho de Dª Urraca por  el conde Pedro Gonzalez de Lara con quien también  tuvo un hijo. 


Poco dicen los cronistas de estas relaciones de la reina que eran consideradas fuera de las normas morales. Algunos llegaron a justificarlas diciendo que Urraca era joven, hermosa y había estado mal casada. Otros, en cambio, intentaron ocultarlas. La dificultad al intentar saber la vida de Dª Urraca en ésta etapa estriba en que los cronistas y los historiadores no se ponen de acuerdo; la visión de algunos sobre su persona y su trabajo como reina es positiva y para otros es negativa. 


El 8 de marzo de 1126 Urraca I fallecía en Saldaña ( Palencia) como consecuencia de una complicación en el parto de un hijo de Pedro Gonzalez de Lara. Sorprende la causa de la muerte teniendo en cuenta la edad de dª Urraca en aquel momento.


Fue enterrada en el Panteón de Reyes de San Isidro de León.



Se la ha llamado "la temeraria" y también "la indomable", se ha dicho que fue dominante, que utilizó a su hijo - cosa que solo realizó para obtener el apoyo de la nobleza y salvaguardar el reino - que su conducta, al convivir con sus amantes como si de un matrimonio se tratase, llegaba a ser libertina. Lo cierto es que gobernó por derecho propio uno de los reinos más importantes de Europa. Fue  más diplomática y más astuta que sus adversarios, supo llegar a pactos a fin de recabar los apoyos que le eran necesarios para mantener el poder en su Reino. No se conformó con que un hombre, por el hecho de ser su esposo, la relegase al lugar de reina consorte cuando ella era reina por derecho propio y como tal quería ejercer. Según escribe  la investigadora española y catedrática en historia medieval  Mª Jesús Fuente Pérez, "supo manipular en ese mundo masculino de guerreros, nobles y clérigos poderosos, y conseguir lo que quería"