El que se convertiría un día en zar de Rusia y llegaría a ser el responsable de las grandes reformas liberales en su país, nació en San Petersburgo el 29 de Abril de 1818, estando el imperio en manos de su tío, el zar Alejandro I.
El neonato era el hijo primogénito del Gran Duque Nicolas y de Carlota de Prusia y desde el mismo momento de su llegada al mundo se convertiría en el tercero en la linea de sucesión del Imperio ruso.
En la educación del pequeño Alejandro Romanov se siguieron todas las tradiciones rusas en la materia y durante los seis primeros años de su vida estuvo arropado bajo la tutela de su madre y de las niñeras elegidas para ello. No obstante al llegar a los seis años se le desposeyó de todos los mimos y se eligió para ser su maestro a un veterano oficial, el general Karl Mérder.
De aquellos años de su educación se dijo de todo; algunos afirmaban que le gustaban los ejercicios, las maniobras militares y los desfiles. Otros, por el contrario, aseguraban que su carácter era débil, sentimental y con tendencia a la melancolía.
Sobre Alejandro ejercía una gran influencia el poeta del romanticismo, Vasili Zhukovski, que fue su profesor y que compuso un plan de estudios para el joven que duraría más de una década. Zhukovski, llegó a decir que "su Majestad no tiene que ser científico sino ilustrado", lo cual nos da una idea de la educación que pretendió dar a su pupilo.
Vasili Zhukovski
Lo que si parece cierto es que a lo largo de su vida demostraría poseer una característica que, hasta ese momento, no se había apreciado en ninguno de los Romanov que le precedieron: La empatía. Algunos historiadores afirman que esas condiciones de sensibilidad y compasión ante el sufrimiento ajeno se debían a la influencia de Zhukovski.
La verdad es que su educación fue esmerada, le dieron clase los mejores científicos y los hombres más brillantes del Estado. Como consecuencia de ello hablaba cinco idiomas,y tenía grandes conocimientos de historia, filosofía, geografía, matemáticas, lógica etc.
Siguiendo las tradiciones de los varones Romanov al llegar a la edad adulta comenzó su particular periplo viajero. Lo primero era conocer el Imperio que un día podría llegar a gobernar y durante tres meses viajó por Rusia dándose a conocer y conociendo a las gentes que, tal vez, llegarían a ser sus súbditos.
En la segunda parte del viaje el recorrido era por el extranjero. Una vuelta por los países europeos con una finalidad educativa y sobre todo matrimonial.
Durante el viaje por Prusia conoció a María, princesa de Hesse-Darmstadt,y se enamoró perdidamente de ella. La elegida no era del agrado de su madre, que la consideraba de una alcurnia inferior para un Romanov, y que se opuso frontalmente al matrimonio. A pesar de ello la boda se celebró y la princesa adoptó el nombre de María Alexándrovna, como manda la tradición.
María Aleksándrovna
Mientras todo esto sucedía en su vida, los fallecimientos en la dinastía Romanov se estaban encargando de tejer su destino, un destino que, según parece, él nunca ambicionó.
En 1825 falleció su tío, Alejandro I, sin descendencia legitima por lo que su padre Nicolás ascendió al trono. En aquel momento cabe suponer que el pequeño Alejandro de apenas 7 años apenas notó nada pero lo cierto es que tal vez por ello su educación se convirtió en una cuestión de Estado y fue sumamente completa.
En 1855, a la muerte de su padre, Alejandro asumió el trono y fue coronado Emperador de Rusia, Rey de Polonia y Gran Duque de Finlandia con el nombre de Alejandro II. Tenía 37 años de edad.
Su padre, además del trono, le había dejado como regalo póstumo la Guerra de Crimea. Alejandro se dio cuenta que Rusia no podía resistir los ataques de sus poderosos enemigos: el imperio otomano, Francia, Inglaterra, Austria y algunos más formaban el frente opuesto por lo que, dándose cuenta que vencer era imposible, ordenó firmar la Paz de París. Con este acto Rusia perdía algunos de sus territorios y además aceptaba la prohibición de tener buques de guerra en el mar Negro.
Alejandro asumió un Imperio en crisis que hacía aguas por todos sus lados; el descontento entre los campesinos era total, la economía estaba en declive, la perdida de los territorios tras la firma de la Paz de Paris había dejado al ejercito ruso con un sentimiento de humillación y agotamiento. La cosa, no se presentaba fácil para el nuevo zar.
Hasta entonces los zares que habían gobernado Rusia tenían un espíritu autocrático. Su propio padre, Nicolás I, había sido uno de los emperadores más severo y conservador de la Historia de Rusia. Por el contrario Alejandro, inteligente y con una mente abierta y clara había aprovechado bien su periplo por el extranjero; además de una esposa trajo consigo el aprendizaje de los sistemas de gobierno europeos.
Inició las reformas más trascendentales de la historia rusa pero, como todas las reformas, tardaron en implementarse más de lo deseado por el propio zar. Se pudo ver pronto que los cambios en la legislación de la industria y el comercio tropezaban con la existencia de la servidumbre de la gleba, que no dejaba de ser una forma de esclavitud. En 1861 el zar Alejandro II abolió la servidumbre.
Poco a poco el zar fue introduciendo las reformas que pretendían llevar a Rusia hacia la modernización; introdujo un sistema de autogobierno local, reorganizó el ejercito, desarrolló una nueva organización de la administración pública con un nuevo código penal y con una mayor simplificación de los procedimientos tanto del civil como del penal; perfeccionó el sistema de educación universitaria, relajó la censura y otras muchas reformas salieron de su mente y de su pluma.
Mientras Alejandro llevaba a cabo los cambios legislativos e intentaba poner en orden su inmenso imperio su esposa María Aleksándrovna - a decir de la corte rusa demasiado tímida, demasiado sencilla, con poca conversación y ningún encanto - se dedicaba a parir hijos. La pareja tuvo nada menos que ocho y, claro está, con tanto embarazo y con una salud delicada sus apariciones en la corte eran más bien escasas.
Alejandro, que tenía debilidad por las mujeres, busco amantes que complacieran, durante los embarazos de su esposa, sus deseos carnales. Acabo enamorándose de una de ellas, la princesa Catalina Dolgorúkov con la que, con esa facilidad procreativa que poseía, acabo teniendo cuatro hijos.
El gobierno ruso tardaba en adaptarse a las nuevas reformas y la sociedad se impacientaba. Empezaron a aparecer grupos radicales que, fuertemente influidos por las ideas del filósofo alemán Karl Marx, exigían mayores derechos civiles y una mayor democracia. Se iniciaron las protestas, las revueltas e incluso los actos terroristas.
A los largo de su reinado Alejandro sufrió varios atentados y un gran dolor. La muerte de su primogénito el zarévich Nicolai cuando apenas contaba 21 años de edad fue algo difícil de superar para el zar.
Un año después de esta desgracia que lo dejó sumido en la tristeza sufrió el primer atentado del que salió ileso. En la década de 1870 los atentados terroristas se sucedieron en Rusia: contra altos funcionarios, contra representantes del Estado, contra policías y como no contra el mismo zar que sufrió cuatro de ellos aunque de todos salió ileso.
La suerte que había tenido hasta entonces le fue esquiva en la mañana del 13 de marzo de 1881. Ese día Alejandro II viajaba en un coche descubierto por las calles de San Petersburgo, iba escoltado por un pequeño grupo de soldados. El recorrido, por repetitivo, era conocido. Como siempre grupos de personas se agolpaban en las aceras. De pronto una detonación detuvo a la comitiva, una bomba había sido lanzada explosionando dentro del carruaje matando a varios miembros de su escolta e hiriendo al zar. El terrorista fue capturado inmediatamente, pero cuando los policías y el resto de su escolta intentaban llevar a Alejandro a un lugar seguro un segundo terrorista le lanzó para bomba a los pies.
El emperador sangrando copiosamente, con ambas piernas destrozadas y moribundo fue trasladado a toda velocidad y en trineo al Palacio de Invierno. Su médico el Dr. S.P. Boykin aseguró que le quedaba poco tiempo de vida. La familia entera acudió para darle su último adiós. Falleció a las 3:30 horas de ese mismo día.
Dos años después de estos hechos su hijo, Alejandro III, ordenó construir una iglesia en el mismo lugar del atentado que costó la vida a su padre. Se la conoce como La Iglesia del Salvador sobre la sangre derramada. En el interior de la misma pueden verse piedras manchadas con la sangre del zar.
La lucha de Alejandro II por hacer de Rusia un estado moderno y liberal quedo, tal vez, ahogado en su propia sangre. Al asesinato del zar le siguió un periodo de censura y de represión sangrienta y caótica. Cientos de presuntos revolucionarios fueron detenidos y ejecutados. La autocracia se instaló de nuevo en el espíritu de la monarquía zarista.
Probablemente la empatía que impregnaba la mente de Alejandro II fue una de las razones por las que deseó cambiar el sistema político de su imperio y tratar de conseguir con ello un mayor bienestar para sus gentes. Su asesinato significó un cambio radical en la política rusa y en definitiva el fracaso de sus intentos de modernización de un imperio tan vasto como complejo.








Triste final para un monarca que pretendía mejorar y modernizar Rusia. Un saludo.
ResponderEliminarInteresante personaje. Parece que su muerte cercenó la posibilidad de que se hiciera realidad el prometedor futuro que deseaba para Rusia.
ResponderEliminarGracias por traérnoslo.
Un abrazo.