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lunes, 26 de marzo de 2018

Bárbara de Braganza, esposa de Fernando VI




Bárbara de Braganza. Jean Ranc. Museo del Prado



En 1724, Fernando, hijo del Rey Felipe V de España, es nombrado Príncipe de Asturias y aunque el jovencito apenas contaba 11 años de edad se decide que es el momento de ir buscándole esposa. 
La tarea era difícil y en la política matrimonial había que tener en cuenta muchas cosas. Por supuesto era impensable que los candidatos a contraer matrimonio tuvieran alguna opinión. 

Según nos cuenta Gonzalez-Doria, en aquellos momentos existían más de cien princesas casaderas en Europa. Por orden del rey Felipe V se redactó un memorándum con todas ellas y como si de un concurso de misses se tratara se inició la selección desechando a las que por edad no interesaban y a las que no convenían a los intereses políticos del Reino español. 

Dª Bárbara de Braganza, hija de D. Juan V de Portugal y de la Archiduquesa Mariana de Austria estaba en los primeros puestos de la clasificación. Había nacido en 1711, tenía por tanto dos años más que D. Fernando y además interesaba tanto a España como a Portugal incrementar los lazos de amistad. 

La madrastra de Fernando, Dª Isabel de Farnesio, que no daba puntada sin hilo, y que deseaba ver a sus hijos coronados, consideró y así se lo hizo saber a su esposo, que lo que interesaba a España era un doble enlace. Dª Bárbara casaba con Fernando y la hija de Isabel y Felipe V, María Ana casaba con el Príncipe heredero de Portugal. De este modo aseguraba ya una corona para una de sus hijas. 


Isabel de Farnesio. Jean Ranc. Museo del Prado


Se iniciaron las conversaciones y mientras se esperaba a que los principitos crecieran se solicitaba a Portugal el retrato de Dª Bárbara, solicitud que siempre recibía alguna excusa como respuesta. Finalmente el marqués de los Balbases escribía desde Lisboa a Felipe V : "La cara de la Señora Infanta ha quedado muy maltratada después de unas viruelas, y tanto que afírmase haber dicho su padre que sólo sentía hubiese de salir del Reino cosa tan fea…"

Finalmente el retrato de la Princesa se envía a Madrid pero, el propio Balbases advierte: "no está nada semejante porque además de encubrir las señales de la viruela se han favorecido considerablemente los ojos, la nariz y la boca, facciones harto defectuosas".

Pero como estas cosas no importaban, llegado el momento, se realiza el intercambio de princesas y se lleva a cabo, sobre el fronterizo río Caya,  en enero de 1729. Unos días después se celebra la misa de velaciones en Badajoz. Un diplomático inglés, el embajador Keene, escribió una crónica del encuentro de los nuevos esposos : "Pude observar que la Infanta, aunque estaba cubierta de perlas y diamantes, desagradó al Príncipe que, pese a sus prevenciones, la miraba como no dando crédito a lo que veía. Claro está, que si bien la desposada es un verdadero adefesio, este defecto se halla compensado por su conocimiento de seis lenguas" 

Realmente Dª Bárbara era enormemente culta y virtuosa. Además de las muchas lenguas que hablaba, sabía historia, música, amaba el arte y tenía muchas inquietudes a nivel intelectual. Nadie se imaginaba en aquellos momentos que el matrimonio de los contrayentes iba a ser enormemente feliz.

Fernando era un hombre melancólico y falto de cariño. No había conocido a su madre y su madrastra, Isabel de Farnesio, tan sólo le había demostrado indiferencia y ocasionalmente una cierta hostilidad, por tanto no había recibido el cariño de ninguna mujer. 

Fernando VI. Michael van Loo. Museo del Prado

Dª Bárbara era una mujer con una gran capacidad amorosa y enormemente comprensiva y todo ese amor lo vuelca sobre su esposo. Entre ambos nace la complicidad, la amistad y el amor convirtiéndose en una de las parejas más unida y compenetrada de la realeza. 

Tan sólo una sombra enturbiaba su idílica relación. Los hijos no venían y según los doctores Higgins y Le Mack la esterilidad era atribuible al Príncipe de quien decía éste último que "tenía muchos resplandores pero sin llamas para la generación" lo cual no significaba que no pudiera satisfacer a su esposa. 

La pareja vivía - por expreso deseo de Isabel de Farnesio - apartada de la corte en el Palacio del Buen Retiro. Allí, sin intrigantes palaciegos a su alrededor, Dª Bárbara se dedica a bordar, a componer música de la mano del compositor Scarlatti,  que había sido su maestro y se había trasladado con ella a España, a imprimir libros, a pasear por el campo junto a su esposo, a cuidarle y a mimarle. Por las noches siempre se organizaba alguna representación teatral a las que era muy aficionado D. Fernando, algún concierto o alguna opera, siendo un asiduo de estas representaciones el cantante Farinelli. Poco a poco alrededor de los Príncipes empezarían a acudir admiradores atraídos por la bondad de ambos.

Felipe V fallece en 1746 y Fernando es coronado Rey de España. La nueva Reina, Dª Bárbara, tiene 35 años en es momento y, según escribe el embajador de Francia, sus súbditos sienten por ella auténtica adoración por su dulzura y prudencia. 

Isabel de Farnesio, ya viuda, no se conformaba con un papel segundón y continuaba intrigando e intentando mover los hilos de la política de España. Por ésta razón los Reyes decidirían apartarla y desterrarla a La Granja, mostrándose inflexibles ante las muchas pretensiones de la viuda. 

Convento de las Salesas Reales

Dª Bárbara era consciente de que el hecho de no haber dado hijos a la Corona la apartaba de ser enterrada junto a su esposo en El Escorial y de acuerdo con D. Fernando funda un Monasterio, el de las religiosas Salesas, orden inexistente en España y para cuya fundación hizo venir a cuatro monjas italianas. La intención era que la iglesia del Monasterio sirviese a ambos de sepulcro y poder estar juntos durante toda la eternidad. Fue un cuantiosos gasto que salió de las arcas privadas de la Reina pero los madrileños, siempre tan ocurrentes, le dedicaron este versito. 

Bárbaro edificio, 
bárbara renta, 
bárbaro gasto, 
Bárbara Reina. 

La Reina era una mujer obesa y había presentado desde joven síntomas de diabetes que lógicamente se agravaron con el paso de los años y el aumento de su peso. Se movía con dificultad y además era asmática. 

En 1757 la reina enferma de una patología de difícil diagnostico en aquella época. El padre Flórez escribiría "La fue Dios purificando con una enfermedad tan molesta, tan prolija y tan poco limpia…”"Y el conde de Fernán- Núñez diría que Dª Bárbara a pesar de ser muy pulcra murió en "un estado de inmundicia". 

Bárbara de Braganza. Michael van Loo


La soberana estaba siendo asistida por los doctores Virgili, Suñol, Casal y Piquer. El Rey viendo, que a pesar de los cuidados que éstos le dispensaban la gravedad de su amada esposa aumentaba, impuso a los médicos una consulta con D. Vicente Pérez, "el médico del agua" que propuso curar a la Reina mediante su método de " humectación" consistente en purgas, sangrías, lavativas y agua fría. Estas terapias tan sólo agravaron el cuadro. 

Dª Bárbara sufría una carcinomatosis uterina que le provocaba dolores abdominales y grandes metrorragias . Probablemente también existieron metástasis pulmonares puesto que hay referencias a la continua tos de la Reina. 

En el verano de 1758 aparece un cuadro febril que indicaba infección y que precipitaría el final. La Reina falleció el 27 de agosto de 1758 en el Palacio Real de Aranjuez. Tenía 47 años. Sus médicos certificaron que :" Su Majestad tenía unos tumores escabrosos precedidos de supresión menstrual, que producen calenturas y que habían entrado en horripilaciónes…" 

Se le daría sepultura en en la Iglesia de la Salesas Reales donde un año después su esposo se reuniría con ella.


lunes, 12 de marzo de 2018

Carlos II de Inglaterra








Era el 29 de mayo de 1660. Carlos II Estuardo regresaba a Londres entre vítores y grandes aclamaciones para ceñir la corona que le había sido arrebatada a su padre varios años antes. 

Montado en un caballo y rodeado de su séquito el nuevo Rey se dirigió al Parlamento y en la Cámara de los Comunes pronunció un breve discurso : "Estoy tan fatigado que apenas puedo hablar, pero quiero informaros de una cosa: que aceptaré con gusto todo cuanto pueda servir para el bienestar de mi pueblo".  

Carlos había nacido treinta años antes, el 29 de mayo de 1630, en el Palacio de St James. Como hijo primogénito del rey Carlos I se le concedió desde ese mismo día los títulos de duque de Cornualles y de Rothesay y poco después el de Príncipe de Gales. 

Lo primero que se enseñaba a un niño de noble cuna y más si era de real cuna era a montar a caballo y a empuñar una espada y Carlos no sería una excepción. Corrían los años cuarenta, el Principe de Gales apenas contaba 10 años y ya tuvo que acompañar a su padre - como parte de su educación - en algunas de las batallas que éste libraba contra el Parlamento. Finalmente y, temiendo por su vida, Carlos I envió a su hijo a Francia junto a su madre Enriqueta - hija de Enrique IV de Francia - y el resto de sus hijos. 

Carlos deseaba ayudar a su progenitor y en 1648 se trasladó a La Haya junto a su hermana María y el marido de ésta, el príncipe de Orange, con la idea de prestar desde allí apoyo a su padre durante la Segunda Guerra Civil que acababa de iniciarse y en la que Carlos I combatía, con la ayuda de los fieles escoceses, contra los parlamentarios capitaneados por Cromwell. 


Oliver Cromwell - S. Cooper

El vencedor fue Cromwell y el final del enfrentamiento bélico trajo consigo el enjuiciamiento del Rey y su condena a muerte. Carlos I fue decapitado el 30 de enero de 1649.

Mientras en Inglaterra se proclamaba la República y se iniciaba un puritanismo riguroso, Escocia permanecía fiel a la causa realista y proclamaba  a Carlos II como  Rey, con la promesa por parte de éste de no modificar la Iglesia escocesa. 

Dos años después de la muerte de su padre era coronado Rey en Escocia, tras lo cual inició una ofensiva contra Cromwell. Fracasó y como consecuencia tendría que huir y continuar en el exilio, pobre y sin ayudas. 

En 1658, Cromwell, el Lord Protector, moría y aunque había designado sucesor a su hijo, éste no tenía ni la habilidad política de su padre ni las ganas de tenerla y fue obligado a dimitir pocos meses después acabando de éste modo el periodo del Protectorado. El gobernador militar de Escocia, George Monck, viendo la inestabilidad existente en el país, marchó junto a su ejército hacia Londres donde, con un amplio apoyo popular, disolvió el Parlamento y convocó elecciones generales. 

El resultado fue una Cámara de los Comunes con una amplia mayoría realista que reunida en asamblea decretó que Carlos II era el legítimo Rey de Inglaterra. 

Carlos entró en olor de multitud en Londres y se ganó a su pueblo porque su simpatía era arrolladora. Para no desmerecer la fama de mujeriego y conquistador que le precedía, esa misma noche la pasó en el palacio de Whitehall con su última amante, lady Castlemaine. 


Carlos II bailando en la corte - S. Janssen

El nuevo Rey deseaba congraciarse con las gentes y declaró una amnistía para los seguidores de Cromwell pero no perdonó a los jueces y a quienes participaron en la ejecución de su padre. Todos ellos fueron llevados al patíbulo, Cromwell fue desenterrado y sometido su cadáver a un simulacro de ejecución. 

A partir de ahí todo fue alegría y una prolongada fiesta. Los ingleses después de veinte años de puritanismo, sin otra distracción que los monótonos himnos religiosos estaban necesitados de un respiro. Se abrieron casas de comidas, teatros, juegos públicos, bailes. Los londinenses adoraban a su Merry King

Carlos consideró la necesidad de dar alguna muestra de agradecimiento a quienes le habían ayudado a recuperar el trono y concedió a algunos de ellos propiedades en Norteamérica en unos territorios a los que se denominó Carolina en honor a su padre. 

Contaba ya 32 años y debía casarse para asegurar herederos a la Corona. Eligió a Catalina de Portugal celebrándose  en 1662 dos bodas: una pública, la anglicana y otra privada y en secreto, la católica. Ella aportaba una gran dote en la que destacaban Tánger y Bombay y eso la hacía muy atractiva a los ojos del Monarca. 

Catalina de Portugal

El rey inglés estaba siempre necesitado de dinero, lo que le otorgaba el Parlamento no cubría las refinadas necesidades a las que se había habituado en Francia y por ello aceptaría la proposición que le había hecho Luis XIV para que le vendiera Dunkerque por una crecida suma. La venta de un punto tan estratégico para Inglaterra no gustó a la mayoría de sus consejeros. 

A los cinco años de iniciado su reinado da comienzo la Segunda Guerra Holandesa. El conflicto se desató como consecuencia de la conquista de Nueva Amsterdam, en Norteamérica (la actual Nueva York), por parte de los ingleses. El ataque por sorpresa de los holandeses a la flota naval inglesa que se encontraba anclada en el Támesis puso fin a la contienda y obligó a Carlos a firmar el Tratado de Breda. 

No fue ésta la única situación difícil. En 1665 se desató una epidemia de peste bubónica en Londres que causó más de 100.000 muertos. La nobleza y el rey se refugiaron en la campiña. Unos meses más tarde un devastador incendio arrasó Londres, la ciudad medieval quedo destruida, se perdieron mas de 13.000 casas y 87 iglesias. La primitiva Catedral de San Pablo quedo destruida.

Gran incendio de Londres

Después vendrían otras guerras y otras estrategias. Se sucederían los consejeros y también las amantes de cualquier condición puesto que cualquier mujer ya fuera noble, actriz o vendedora de frutas por la calle podía convertirse en su concubina si era lo bastante bella. También se sucederían los hijos bastardos de los que llegó a reconocer catorce. Era generoso, todas las madres de sus hijos eran distinguidas con títulos nobiliarios y alcanzaban un gran estatus social. 

No obstante el Rey no conseguía un hijo legítimo, todos los que engendraba en su esposa acababan en aborto. Catalina sufría en silencio la adicción al sexo de su esposo porque en su fuero interno sabía que él le tenía un profundo cariño. Carlos nunca aceptó el divorcio a pesar de la insistencia de sus consejeros que no querían que el heredero de la Corona fuera Jacobo, el católico hermano del Monarca. 

En 1678, Carlos había firmado un tratado secreto con Luis XIV en el que el Rey francés se comprometía a pagarle varios millones  anuales a cambio de que sirviera a los intereses de Francia y a que se comprometiera a abrazar la religión católica en un futuro. 

Ese mismo año los aires políticos vaticinaban tormenta. Tito Oates, un aventurero pretendiente a clérigo, denunció ante el Parlamento que existía una conspiración para asesinar al Rey y sustituirlo por Jacobo. Como consecuencia de estas denuncias se produjo una gran conmoción y los anglicanos empezaron a lanzar acusaciones a los católicos. Para evitar conflictos, Carlos II disolvió el Parlamento. Poco antes de la disolución, la Cámara había aprobado una ley de capital importancia ya que constituye uno de los pilares más sólidos de la libertad individual: el Habeas Corpus

Dos años después parecía que el país caminaba de nuevo hacia una guerra civil, debido a las luchas entre los partidarios de La Ley de Exclusión, que impedía que Jacobo fuese el sucesor en el trono, y los no partidarios. Antes de que la ley fuese aprobada Carlos II dando un golpe de mano certero disolvió de nuevo el Parlamento. El pueblo lo apoyó masivamente demostrando una gran lealtad a su Rey. Desde ese momento Carlos II gobernó como un monarca absoluto.


Carlos II - John Wright

El Rey vivió unos años de tranquilidad hasta que el 2 de febrero de 1685 sufrió un cuadro repentino de nauseas y vómitos acompañados de dolor de cabeza. Se le aplicaron las consabidas sangrías y las terapias habituales pero nada se pudo hacer y falleció cuatro días más tarde como consecuencia de lo que parece haber sido un síndrome urémico. Dándose cuenta de que se moría solicitó que un sacerdote católico le diera la extremaunción. 

Carlos II fue un conquistador, un amable seductor, un perfecto caballero a la usanza inglesa hasta tal punto que, en el momento de morir, pidió perdón a todos los que pudiera haber ofendido. Sin embargo y a pesar de la simpatía que, traspasando los siglos, despierta su figura, no hay que olvidar que el Merry King traicionó alegremente a su país, a la iglesia anglicana y a la católica, a su esposa y a todas y cada una de sus amantes. 

Está enterrado en la abadía de Westminster.