La vida de María Aleksándrovna de Rusia es un claro ejemplo de que nacer en la opulencia no predispone ni a la felicidad ni a la placidez. El periplo vital de María fue azaroso y salpicado de tragedias.
Nació el 17 de octubre de 1853 en el Palacio de Tsarskoye Selo, era la sexta hija de la princesa María de Hesse-Darmstadt y del zar Alejandro II y la única niña puesto que todos sus hermanos mayores supervivientes eran varones. De modo que los primeros años de su vida los paso entre mimos y lujos de todo tipo entre los que se encontraba los juegos que junto a sus hermanos podían realizar en el Palacio de Alejandro, situado en los jardines de Tsarskoye Selo y lleno de juguetes y atracciones para disfrute de los hijos del zar.
A pesar de todo lo que pudiera significar ser la niña mimada de la casa, especialmente de su padre, la educación de María fue estricta. Era apenas una niña cuando ya hablaba además del ruso tres idiomas: francés, inglés y alemán.
María era la única hija viva del zar Alejandro II y por tanto, en el momento alcanzó la más tierna juventud, se convirtió en una codiciada candidata a convertirse en la esposa de algunos de los príncipes europeos que todavía estaban solteros. Era culta, de carácter voluble y, a decir de quienes la conocían, arrogante, orgullosa de ser una Romanov y presumida en exceso aunque ninguna de estas características desanimaba a sus posibles pretendientes cuyo acercamiento a Rusia, por vía del matrimonio, casi siempre era considerado conveniente.
En unas vacaciones pasadas con la familia de su madre en Alemania conoció al príncipe Alfredo, duque de Edimburgo e hijo de la Reina Victoria I del Reino unido y del príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha. Se ha dicho que hubo un flechazo mutuo al conocerse y que tal vez éste se vio acrecentado por el hecho de que ni la reina Victoria deseaba emparentar con los Romanov ni Alejandro II veía con buenos ojos que su “niña” casara con un inglés.
La boda de la gran duquesa María Aleksándrovna y Alfredo, se produjo en en enero de 1874 en el Palacio de Invierno de San Petersburgo y como era de esperar estuvo marcada por el exceso de lujo, de pompa y del boato propios de la corte rusa. Aquella boda dio origen a una galleta que se hizo famosa entonces y cuya fama, traspasando el tiempo, ha llegado hasta nuestros días: " la galleta María". Fue creada por un pastelero de una empresa inglesa de dulces para conmemorar el enlace y su consumo se extendió por gran parte del mundo.
Como era lógico los recién casados fijaron su residencia en Londres, concretamente en Clarence House. María, no era guapa, tenía una cara muy redonda y estaba algo entrada en carnes cosa que estaba fuera de los cánones de belleza de la época pero su porte era imponente y procuraba adornarse con las costosas joyas que poseía, claro ejemplo de su prepotencia. Eso si, su dote era tan cuantiosa que había dejado sin palabras a los ingleses.
María no se adaptó a la vida en Londres ni a su familia política. Los primeros desencuentros vendrían dados por el titulo con el que era denominada. Consideraba María que debía ser "Alteza Imperial" ya que por nacimiento era el que le correspondía y no el de "Alteza Real" que, como esposa de Alfredo, le habían dado en el Reino Unido. Otra cosa que tampoco soportaba la altiva María era tener que cederle el paso a la princesa de Galés que, al fin y al cabo había nacido como princesa danesa, mientras que ella era hija, nada menos, que del emperador de Rusia. No soportaba el clima londinense ni los horarios a los que se la sometía ni las actividades de la familia en Balmoral ni en ningún otro lugar.
Pese a todo ello las relaciones con Alfredo debían ser buenas a juzgar por los hijos que tuvieron. El primero de ellos fue un varón, Alfredo Alejandro, que nació 10 meses después de su boda y que con el tiempo produciría un hondo dolor a sus padres. Después llegaron cuatro niñas. La tercera de ellas nació en Malta, donde su padre, Almirante de la Marina Real Británica, estaba destinado. María, bien por amor, bien por apartarse de su familia política acostumbraba a acompañar a su marido en sus destinos y el de Malta fue el más duradero.
El asesinato en 1881 de su padre, Alejandro II, en Moscú supuso un duro golpe para María que estaba muy unida a él. Esta fue la primera de las tragedias que se producirían en su vida.
Las piruetas del destino hicieron que la corona del Ducado de Sajonia-Coburgo-Gotha le correspondiera a Alfredo cuando en 1893 se produjo la muerte de de su tío paterno, el gran duque Ernesto II, que había muerto sin descendencia. Como el Príncipe de Gales no podía ostentar esa corona al ser el heredero del trono del Reino Unido fue en Alfredo en quien recayó el Ducado. Lógicamente aceptó la herencia y el hecho hizo feliz a María por partida doble. Por un lado abandonaba Londres, lugar que odiaba profundamente, y por otro se sentía soberana de un territorio alemán y eso colmaba en parte sus aspiraciones. Se establecieron en el castillo de Rosenau y ambos iniciaron una activa vida diplomática, social y cultural en su nuevo país.
Esos primeros años en Coburgo fueron felices, además María, que ambicionaba casar a sus hijas con reyes o príncipes, estaba logrando sus objetivos.
El Ducado de Sajonia-Coburgo-Gotha bullía con todos los festejos con los que se celebraban las bodas de plata del Duque y de su esposa. El 23 de Enero de 1899, el gran baile de gala, que ponía el broche final a la conmemoración, se celebraba en el Palacio de Friedenstein en Gotha. Lo presidían Alfredo y María.
Mientras sonaba la música y los invitados danzaban en el impresionante salón, en el piso superior los lacayos descubrían el cuerpo ensangrentado de Alfredo Alejandro, el único hijo varón de los duques, que en un intento de suicidio se había disparado un tiro en la cabeza.
Con la mayor de las discreciones se dio aviso a los duques y estos decidieron que lo que había sucedido no podía en modo alguno ser conocido. El joven paso tres días debatiéndose entre la vida y la muerte en el Palacio de de Friedenstein y después sus padres decidieron trasladarlo a un sanatorio de Merano en el Tirol. Allí falleció el 6 de febrero con tan solo 24 años de edad. The Times llegó a decir que había muerto por un tumor cerebral aunque la idea de que se había suicidado no tardó en abrirse paso.
El nuevo siglo empezó para María tan mal como había terminado el anterior. El gran duque, Alfredo, moría víctima de un cáncer en 1900. Como en el momento de su muerte no tenía heredero varón la corona del Gran Ducado recayó en otro miembro de la realeza británica.
María, ya viuda siguió viviendo en Coburgo aunque viajaba para visitar a sus familiares con regularidad. Gozaba de una economía saneada gracias a los activos que poseía en Rusia.
En 1905 sufrió otra de las tragedias que marcaron los últimos años de su vida. Su hermano Sergio moría víctima de un atentado terrorista.
Cuando dio inicio la Primera Guerra Mundial María trasladó su residencia a Suiza. Su posición era difícil, había nacido en Rusia y toda su familia residía en ese país. Había sido gran duquesa de un pequeño ducado alemán y era la viuda de un príncipe del Reino Unido. La guerra le dolía, el conflicto bélico se desarrollaba entre los que habían sido los pilares de su vida.
Poco tardaron las dificultades económicas en aparecer. Con la llegada de la revolución bolchevique perdió todos sus ingresos y las dificultades se convertirían en penurias. Instalada en un hotel de Zurich y ante la falta de liquidez para sobrevivir fue malvendiendo poco a poco todas sus joyas. Gran parte de ellas fueron adquiridas por sus familiares del Reino Unido. Muchas de las alhajas que lucen las damas en Buckingham vienen de la perdida fortuna de los Romanov. Ironías del destino.
La precariedad no seria lo peor, la revolución traería a la otrora “duquesa imperial“ un dolor tras otro. Llegó la noticia del asesinato su sobrino el zar Nicolas II, de su esposa y de todos sus hijos…y después, según cuenta Simon Sebag Montefiore, el Comité Ejecutivo Central ordenó el asesinato de los todos los Románov dispersos por el territorio ruso. María fue enterándose de como eran asesinados uno tras otro sus parientes; su hermano Pablo, su cuñada Isabel, sobrinos, primos… más de 20 miembros de los Romanov fueron asesinados en esos primeros años de la revolución.
Su salud se empezó a deteriorar, las pocas veces que era vista aparecía mucho mas delgada y temblorosa. Finalmente pocos días después de su 67 cumpleaños moría por un infarto de miocardio en Zurich. Era el 20 de octubre de 1920.
Orgullosa, arrogante, prepotente a decir de quienes la conocían, parecía que cuando llegó a este mundo su destino estaba escrito sobre las hojas de la buena vida y de la felicidad. A pesar de ello y súbitamente un terrible viento de destrucción barrió el continente y la dejo envuelta en el frío de la soledad.
Sus restos mortales descansan junto a los de su esposo y su hijo en el Mausoleo Ducal del cementerio de Coburgo.






