Se ha hablado poco de la princesa Alicia de Battenberg teniendo en cuenta que su hijo, el duque de Edimburgo, su nuera la reina Isabel II del Reino Unido y aquellos de sus nietos que eran hijos de ambos ocupaban casi a diario alguna página de los periódicos o de las revistas de gran parte del mundo. Alicia fue un personaje complejo cuya difícil vida se desarrolló en un espacio y en un periodo de tiempo muy convulso.
Nació en 1885 en el castillo de Windsor en presencia de su bisabuela, la reina Victoria I. Su madre era Victoria de Hesse y su padre, Luis de Battenberg, fue un príncipe alemán que adquirió la nacionalidad británica a muy temprana edad y en cuya Marina Real sirvió como oficial.
La primera en detectar que la niña era lenta en aprender y no hablaba fue su madre. Tras los estudios médicos pertinentes a la niña se le diagnosticó una sordera congénita. Es fácil imaginar el enorme disgusto de sus progenitores pero, a pesar de la dificultad que su especial condición le suponía, Alicia logró aprender a leer en los labios y a hablar en inglés y en alemán. Sus primeros años los pasó entre Darmstadt, Londres y Malta, donde su padre había sido enviado.
Con poco más de diecisiete años conoció en Londres, durante la coronación de Eduardo VII, al príncipe Andrés de Grecia y Dinamarca, del que se enamoró de inmediato. Un año después contraían matrimonio en Darmstadt y después se instalaban en Grecia. Andrés continuaba con su carrera militar y ella se dedicaba a las tareas caritativas propias de su posición. Durante los once primeros años de matrimonio Alicia dio a luz a sus cuatro hijas, el varón, Felipe, no llegaría al mundo hasta 1921.
Cuando en 1912 estalló la guerra de los Balcanes, Andrés fue nombrado Teniente Coronel del Regimiento de Caballería y su esposa trabajó en la fundación de hospitales de campaña y, como enfermera, atendiendo a los heridos de guerra. Fueron tiempos difíciles para Alicia y para toda la familia de la que ya formaba parte. Su suegro fue asesinado y su cuñado Constantino, como hijo mayor de Jorge I, ascendió al trono.
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, Grecia fue declarada oficialmente neutral y Constantino I se convirtió en el adalid de esa posición política que resultó contraria a la del gobierno de la nación y que dividió al país en dos facciones, por un lado los partidarios del rey y por otro los que pensaban que el gobierno estaba en el lado adecuado. El Cisma producido en el país heleno y la presión de los Aliados que apoyaban al gobierno de Venizelos llevarían a Constantino I y a toda la familia real a exiliarse en Suiza.
Este primer exilio no duraría mucho puesto que, en 1920, la monarquía sería restaurada y todos regresarían a Grecia al amparo del rey Constantino I. El príncipe Andrés, Alicia y sus hijos se instalarían en Corfú, en el palacio de Mon Repós. Allí nacería el último de los hijos de la pareja y el único varón, Felipe, que años más tarde habría de convertirse en consorte de Isabel II, reina del Reino Unido.
No duraría la tranquilidad ni la alegría, si es que la hubo, puesto que el príncipe Andrés, que había vuelto a ocupar un alto cargo como militar tras la derrota griega en Asia Menor fue acusado de alta traición, arrestado, sometido a un consejo de guerra y considerado culpable. Se salvó de la muerte pero fue desterrado para el resto de su vida y toda la familia se trasladó a París donde su cuñada, Marie Bonaparte, les cedió una modesta casa a las afueras de la ciudad.
La vida de Alicia acababa de dar un cambio tan radical que, probablemente, hizo tambalear su mente. Vivían de la caridad de sus parientes, su marido cada vez más distanciado de ella se dedicaba a escribir unas memorias destinadas a lavar su imagen como militar y Alicia se volcó en la religión y en la caridad hacia las familias griegas más necesitadas. Su religiosidad iba en aumento y en 1928 decidió ingresar en la iglesia ortodoxa griega. Poco después empezó a manifestar que oía voces divinas y que le habían sido otorgados poderes curativos. Tras una fuerte crisis emocional que le provocó una depresión fue diagnosticada de esquizofrenia paranoide por el doctor Ernst Simmel en Berlín.
Sigmund Freud, gran amigo y maestro de Marie Bonaparte, fue consultado sobre el caso de la princesa Alicia y llegó a la conclusión de que los problemas de Alicia eran debidos a la "frustración sexual" que le producían unos niveles hormonales excesivos. Según afirma Dany Nobus, profesor de Psicología Psicoanalítica de la Universidad de Brunel en Londres en su artículo "La locura de la princesa Alicia; Sigmund Freud, Ernst Simmel y Alicia de Battenberg en Kurhaus Schloss Tegel " fue Sigmund Freud quien recomendó un tratamiento de "castración" que consistió en someter sus ovarios a una intensa radiación de Rayos X. Los resultados fueron terribles, la radiación provocó en Alicia una menopausia temprana además de algunos problemas de salud que arrastraría durante toda su vida.
Corría el año 1930 y Alicia fue internada por su familia en la Clínica Bellevue de Kreuzlingen en Suiza, clínica que estaba dirigida por el doctor Ludwig Binswanger, amigo personal de Freud. Su esposo, el príncipe Andrés la abandonó para terminar dedicándose a una licenciosa vida en la Costa Azul francesa. Sus hijas se fueron casando con miembros de la nobleza alemana y su hijo, de corta edad todavía, fue enviado a Inglaterra para ser educado al cuidado de sus parientes británicos. Alicia quedó sola y abandonada en aquel prestigioso sanatorio. Pasaron más de dos años antes de que su familia - tras varios intentos de fuga frustrados por su parte - le permitiera salir de su encierro. Años difíciles y tristes sin duda.
Una vez liberada se dedicó a viajar por varios países de Europa con poco dinero y ocultando que era princesa. Finalmente en 1935 regresa a Grecia y se instala definitivamente en Atenas. Intentó recuperar a su hijo Felipe que todavía era muy joven, pero su hermano, Lord Mountbatten, la convenció de que el porvenir del muchacho estaba en la Royal Navy del Reino Unido y que era mejor que él siguiera cuidando de su sobrino.
Hasta dos años después no se reunió con su familia de nuevo y seguramente hubiera preferido no hacerlo puesto que el motivo fue el funeral por muerte de su hija Cecilia, del esposo de ésta y de sus nietos, fallecidos todos ellos en un terrible accidente de aviación.
De regreso a Atenas vivió modestamente en un apartamento de apenas dos habitaciones, dedicándose a colaborar con la Cruz Roja y ayudando a los más menesterosos que deambulaban por las calles. En 1941 los nazis ocuparon Grecia y poco después empezaron las deportaciones de los judíos hacia campos de concentración polacos. El hecho de que sus yernos lucharan en el lado alemán le procuró una cierta tranquilidad y se sintió menos observada por los nazis que ocupaban su ciudad. Se había trasladado a una casa de tres pisos de su cuñado Jorge y fue allí donde mantuvo escondidos a varios miembros de la familia Cohen que se salvaron de ser deportados gracias a su valentía, ya que para entonces las fuerzas de ocupación empezaban a sospechar de sus actos.
En 1947, su hijo, Felipe, le comunica que va a contraer matrimonio con la princesa Isabel, heredera al trono británico. Alicia le entregó una tiara, una de las pocas joyas que aún conservaba, para que con ella mandara confeccionar el anillo de compromiso.
Estuvo en la boda real y volvió a Grecia donde tras vender el resto de sus joyas fundó la Hermandad Cristiana de Marta y María, un convento con orfanato y geriátrico situado en un barrio pobre de las afueras de Atenas. Allí dedicándose a los pobres pensaba pasar el resto de su vida. No lo permitió el destino y el golpe de estado en Grecia de 1967 la obligaría a dejar Atenas para volar a Londres a petición de la propia reina Isabel II. En el Palacio de Buckingham vivió los dos últimos años de su vida.
Murió el 5 de diciembre de 1969 a los 84 años de edad. Nada dejó puesto que nada tenía, lo que en algún momento le perteneció lo había entregado a los más necesitados. Fue enterrada en la Capilla de San Jorge en el Castillo de Windsor, aunque su deseo era ser enterrada en Jerusalén.
Diecinueve años después, en 1988, su hijo cumplió su deseo y sus restos fueron trasladados a la Iglesia de Santa María Magdalena, en el Monte de los Olivos, cerca de Getsemaní, en Jerusalén.
Los trastornos mentales de Alicia comenzaron durante el exilio de ella y su familia en Francia, un exilio que trastocó su existencia y condicionó su conducta como consecuencia, tal vez, de una exaltada personalidad que dificultó su adaptación a una nueva vida. Un diagnóstico quien sabe si erróneo, la condujo a un tratamiento terrible y exagerado de consecuencias imprevisibles. La suya fue una vida impregnada de espiritualidad, de fervor religioso y dedicada a los más necesitados.
Alicia de Battenberg fue honrada póstumamente en 1994 como "Justa entre las Naciones", el más alto honor israelí para los no judíos que arriesgaron sus vidas durante el Holocausto.
Que vida más patética y penosa. Muy triste.
ResponderEliminarUn abrazo.
Desconocía la vida de esta mujer, tan convulsa como interesante y bien contada.
ResponderEliminarGracias por desasnarme otro poco de mis desconocimientos históricos.
Un abrazo.
Conocía la historia de la madre del marido de Isabel II, pero ignoraba el tratamiento equivocado y cruel que le impuso Sigmund Freud. La vida de la princesa Alicia fue muy dura, generosa y valiente y el título de Justa entre las Naciones, altamente merecido. Besos, Ambar
ResponderEliminarUna historia terrible la de la princesa Alicia. Desconocía la historia de esta mujer. Gracias por contárnosla.
ResponderEliminarSaludos.
He sentido mucha tristeza leyendo la desgraciada historia de Alicia con tantos vaivenes en su vida.
ResponderEliminarAbrazos Ambar.
Gracias, amiga, por tan interesante y exhaustivo trabajo biográfico sobre esta mujer que en sus comienzos prometía una apasionante vida y de superación por su dificultad auditiva, y que poco a poco los avatares de la vida, la llevó a la ruina, pero, siempre llevó por bandera sus creencias religiosas y el ayudar a los más necesitados, a pesar de como tu dices en un párrafo que vivía de la caridad de su familia.
ResponderEliminarEran otros tiempos, pero del diagnóstico del controvertido Freud, prefiero no opinar. Ya hubo quien dijo, que la medicina del siglo XIX (si a este señor le podemos llamar médico) mató a más personas, que las tropas de Napoleón...
Suelo yo también visitarte de vez en cuando, para ver si había publicaciones nueva, pero por motivos de exceso de trabajo, llevaba un par de meses sin hacerlo, por lo cual te pido disculpas; y aquí estoy de nuevo disfrutando de tu escritura. La semana que viene paso a leer tu última entrada.
Un fuerte abrazo, Ambar.