María Josefa de Sajonia - Francisco Lacoma y Fontanet - Museo del Prado
Fernando VII, a pesar de tener tan solo 34 años, había quedado viudo dos veces y lo que es peor sin descendencia. Así pues, urgía buscarle una esposa y a ser posible joven para que el tiempo de procreación fuera lo bastante dilatado como para asegurar la descendencia.
La elegida será María Josefa de Sajonia, prima segunda y sobrina segunda del Monarca lo cual, como es sabido, no importaba en absoluto a la realeza.
La princesa había nacido en Dresde en 1803 y tenía en aquel momento 15 años. Había quedado huérfana de madre a los pocos meses de su nacimiento y su padre, Maximiliano de Sajonia, la envió a un convento de monjas en la creencia de que éstas educarían a su hija como correspondía a su rango.
María Josefa salió de los muros del convento para contraer matrimonio. Era una niña tímida, ingenua e inexperta a la que nadie en el convento había osado preparar para el destino matrimonial que por su condición de princesa la esperaba. La pobre criatura pensaba que los hijos los traía al mundo una cigüeña, muy trabajadora y muy hábil en estos menesteres, y que ella tan solo tendría que abrir los brazos para recibirlos.
Si ya era difícil para una niña, sin ninguna información sobre la vida sexual, enfrentarse al matrimonio hay que imaginarse lo difícil que debió ser, para una criatura como ella, ser desposada por un hombre veinte años mayor, nada agraciado fisicamente, con algún que otro achaque de salud -no hay que olvidar que ya sufría gota - y bastante avezado en correrías de faldas.
Ignorando lo que la esperaba María Josefa llegó a España en octubre de 1819, llevando en su séquito como médico personal al Dr. Koberwein. El matrimonio se celebraría en Madrid, el día 21 de ese mismo mes y esa misma noche decide Fernando VII intimar con su esposa.
Fernando VII - Francisco de Goya - Museo del Prado
Nadie se había preocupado de explicar a la joven reina la anatomía de un varón y tampoco nadie la había informado sobre la serie de prácticas requeridas e indispensables, al menos en aquellos años, para la procreación.
Así que llegada la noche y cuando se vio ante Fernando VII, dispuesto éste a enseñarle todo lo que la joven debería haber sabido, fue presa del pánico. María Josefa sufrió una crisis nerviosa de tal magnitud que llegó a defecar y a orinarse encima en aquel mismo momento.Parece ser, según nos cuentan, que el rey "al poco de entrar salió de la alcoba regia más que deprisa, en paños muy menores, echando pestes y apestando".
A partir de aquella noche Dª María Josefa se negó a admitir contacto intimo con su esposo, convencida como estaba que ello era altamente pecaminoso y mancillaba su virtud. Ni su médico personal ni capellanes ni religiosos de la Corte la hicieron cambiar de idea y no hubo más remedio que comunicar al Papa la situación, bien para que la hiciera entrar en razón o bien para que dispusiera anular el matrimonio.
Intervino León XII y solo por ello consintió la reina aceptar a su esposo en su alcoba , no obstante y, tal vez, con la esperanza de evitar aquello que tanto le repugnaba, suplicaba a D. Fernando cada noche, que ambos rezaran el santo rosario antes de que el rey iniciara cualquier acercamiento.
No es de extrañar que dadas las circunstancias los hijos no llegaran. Fernando VII, al que gustaba y mucho su esposa, no cejaba en su empeño y llevó a la reina en varias ocasiones a tomar las aguas de Sacedón y de Solán de Cabras pues los médicos las recomendaban para aumentar la fertilidad. Se cuenta que en una ocasión en la que viajaban hacia Solán en un caluroso mes de agosto y por polvorientos caminos, el rey sacando la cabeza perlada de sudor por la ventanilla del carruaje le dijo al oficial que cabalgaba junto al vehículo : "! De este viaje salimos todos preñados… menos la Reina!"
María Josefa Amalia de Sajonia - Luis de la Cruz y Ríos - Museo del Prado
Lo cierto es que durante los diez años que duró su matrimonio no se produjo ninguna gestación de Dª María Josefa. Nunca intervino en la política del Reino, tan sólo le interesaban las obras de caridad, procuraba evitar cualquier evento festivo y su mayor distracción consistía rezar y escribir poesías.
En abril de 1829, y encontrándose los reyes en Aranjuez, la reina enferma. La crónica de esta enfermedad se conoce gracias a las cartas que Fernando VII escribe a su secretario privado D. Juan Manuel Grijalva. En un primer momento la enfermedad parecía ser tan solo un resfriado que fue tratado por el Dr Castelló, médico de la Corte. Pero, poco a poco el estado de la reina fue empeorando, aparecieron las fiebres y la tos y como era costumbre en la época se iniciaron las sangrías.
El estado de María Josefa no mejoraba y el Dr Castelló manda consultar a otros tres médicos ante la sospecha de que la egregia dama sufriera una pulmonía. De nada sirvió puesto que nada pudieron hacer los médicos consultados. La reina falleció el 18 de mayo de 1829, con tan sólo 25 años.
Fernando VII se encontró de nuevo viudo y sin descendencia.
Fernando VII se encontró de nuevo viudo y sin descendencia.
Sus restos, al no haber dado hijos a la Corona, reposan en el Panteón de Infantes del Monasterio del Escorial.